Como todos, cuando era estudiante, tuve que elegir entre convertirme en "humanista" o "científico". Entre ambos electivos no existía competencia alguna. La verdadera competencia estaba al interior del curso científico. Por un lado, estaban los "matemáticos"; por el otro los "biólogos". Los primeros se mostraban hábiles en el manejo de la física, la química y las matemáticas, mientras los segundos en el estudio de la biología. Por lo mismo, el primer grupo se proyectaba profesionalmente en las ingenierías, cuando los segundos se esforzaban por llegar a ser médicos o algo por el estilo. Competían por todo, por las notas y por la inteligencia, así como por el aprecio de los profesores que confiaban en que sus alumnos dejarían al colegio muy bien ubicado en el ranking de la PSU (o de la PAA, como era en mis tiempos).
En una situación muy distinta, alejados de toda competencia, estábamos los humanistas. Los más aplicados tenían su propia versión de carrera "correcta". Querían estudiar historia, pero sabían que terminarían estudiando derecho. Los demás garrapateábamos opciones en nuestros cuadernos, especulando respecto de la conveniencia de ser periodistas, literatos o historiadores. Otros intentaban optar por las ciencias sociales, proyectándose como antropólogos y sociólogos (la mayoría de ellos se arrepintió de no elegir el matemático, cuando tuvieron que tomar su primer ramo de cálculo). De algún modo, éramos lo que había botado la ola, vagos a ojos de los científicos y los profesores, cosa que ambos nos hacían sentir. De ahí nació un odio compartido que se fundamentaba en la distinción que, antes que el colegio, nos enseñaron nuestros padres: o se es de números o se es de letras, humanidades y ciencias no son compatibles.
Es así que hoy debo ver a colegas adultos, renegando y despreciando los métodos de la ciencia, así como cualquier atisbo de cuantificación. En este artículo quiero defender la idea contraria, ya que tanto las humanidades como la ciencia, tienen fundamentos comunes y los apoyos que pueden darse amplían (y están ampliando) la forma en que entendemos el universo, la cultura y la vida. Veamos cuáles son esos fundamentos.
En un comienzo -empecemos en el siglo XIV- el conocimiento estaba unificado y no existían divisiones claras entre las llamadas "disciplinas" o "saberes". De hecho, casi todos ellos estaban agrupados en lo que denominamos Filosofía. De ahí que muchos de los grandes matemáticos de esos años, hayan sido también escultores, poetas y gramáticos. Todo, o casi todo, estaba unido y sus metodologías de trabajo no diferían tanto unas de otras. Si querías saber por qué ocurría una tormenta o cómo había sido determinado friso egipcio, debías seguir el mismo orden de observación y contrastación de los antecedentes. Con el paso del tiempo se comenzó a adquirir conciencia de que para entender a una o la otra, la posición del estudioso era distinta respecto del tiempo. Por ejemplo, los humanistas de los siglos XVI al XVIII estaban obsesionados con construir conocimiento desde las bases del pasado clásico. Por el contrario, los llamados filósofos físicos, se concentraban en el presente, ya que requerían entender fenómenos que estaban ocurriendo y no que ocurrieron en algún pasado remoto. Uno contaba con una limitada forma de contrastación; el otro con un fenómeno completo para su observación.
Estas diferencias, pequeñas a mis ojos, dieron pie a una lucha que terminó por hacer inminente la separación de las disciplinas. Los humanistas habían desarrollado un método crítico muy riguroso para el estudio del arte y la gramática. Este método presentaba los datos en notas al margen que avalaban el trabajo del investigador, pero con el tiempo se convirtieron en una forma de pretensión intelectual. Cada nota era, a la larga, una especie de argumento ad verecundiam. El máximo ejemplo de esto fue la frase "a hombros de gigantes", que Newton citara mucho después con un sentido distinto.
Cuando el humanismo había tornado hacia esa forma quizás decadente, las ciencias del siglo XVII hicieron lujo de la misma mirada renovadora que los humanistas habían levantado en contra de la escolástica universitaria tres siglos antes. Tanto Descartes como Newton -además de una serie gigantesca de otros pensadores y científicos- fueron fundamentales en tal fenómeno y lo demostraron concretamente, con sus publicaciones. Descartes, por ejemplo, obvió cualquier referencia a las "autoridades de la antigüedad" en su Discurso del Método, anclando su obra al presente e insinuando que hasta los antiguos debían estar sujetos a la crítica. Su atrevimiento causó cierto escándalo en los círculos intelectuales, pero dio frutos. En Francia, como antes en Inglaterra, las academias científicas comenzaron a ser tan protagonistas como sus antecesoras, las academias de letras y artes. La competencia entre ambas fue conocida como "la querella de los antiguos y los modernos". Tras esto, la separación disciplinaria ya no se detendría.
Esta separación es el origen del mito de la incompatibilidad de ciencias y humanidades. Durante el siglo XX, primero de parte de las humanidades y luego de las ciencias, volverían a buscar una cierta unidad. De ahí nacerían las llamadas Ciencias Sociales, y precisamente por eso mis compañeros de colegio sufrieron de arrepentimiento tras enfrentarse al cálculo. Lo que ellos habían hecho fue proyectar un prejuicio muy antiguo sobre disciplinas que representaban totalmente lo contrario. De ahí que nunca será positivo renegar de esa raíz común, pues aunque las ciencias y las humanidades son diferentes y tienen métodos distintos, todas comparten la mirada crítica para intentar acercarse a la verdad. Por eso, mi humilde recomendación, es no dejarse etiquetar.
(Para profundizar en el tema, recomiendo dos trabajos muy interesantes. El primero es el libro de Stephen Jay Gould, Érase una vez el Zorro y el Erizo,
donde el autor nos hace ver las cercanías entre la producción
científica y las reflexiones de las ciencias humanas con ejemplos
respecto de los que no sabíamos nada. El segundo, más erudito, es el
trabajo de Marc Fumaroli, La República de las Letras, donde nos habla
del desarrollo de los saberes eruditos y humanistas desde el siglo XIV
hasta la querella de los "antiguos y los modernos". Una obra
interesante, erudito y muy ilustrativa de las relaciones entre los
saberes en el mundo moderno)
Francisco Belmar Orrego
Estudiante de Magíster en Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile
Excelente columna!
ResponderEliminarBuena columna Francisco!...solo por curiosidad, cual era el sentido original de la frase "a hombros de gigantes" ?
ResponderEliminarGracias Fenia! El sentido original es más bien un matiz. Cuando la querella de los antiguos y los modernos comenzó, se utilizaba esa frase (adjudicada a Bernardo de Chartres, en el siglo XII) para apelar a la idea de que los modernos -es decir, los científicos- eran "enanos". Esto tenía que ver más con el uso que con el significado original, pero en ambos casos intentaba resaltar la importancia de los maestros de la antigüedad. De este modo se reforzaba la idea de que las humanidades debían ser consideradas superiores. Newton, al usar tal frase, invirtió su sentido al concentrar la importancia en lo que somos capaces de ver gracias a que estamos "a hombros de gigantes", relativizando el sentido y posicionando a los científicos como vanguardia intelectual. He escuchado (y por lo mismo no puedo asegurarlo) que Newton utilizó la frase con un sentido peyorativo, puesto que la utilizó en una carta a Robert Hooke, con quien tenía una fuerte rivalidad. La verdad, no comparto mucho esa interpretación, puesto que la cita de Newton es técnicamente idéntica a la del siglo XII. Saludos!
ResponderEliminargracias!
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