viernes, 25 de mayo de 2012

Ciencia de contrabando*

Comenzaba otro día de trabajo, otra aburrida reunión de especialistas donde debía fotografiar personas de rostros serios y solemnes, empaquetadas en trajes grises, dando discursos desde el podio...ese podio tan oscuro que contrasta con el telón brillante, fatal para una foto panorámica. Esta vez era en Coronel, un encuentro de divulgadores de ciencia. Me suena a matemáticas, biología, química, física, las pesadillas del colegio. Siempre fui malo para las ciencias, no entendía nada en clases. Pasé apenas los cursos, todo gracias al guatón Meneses que me soplaba...buena onda el guatón. Bueno, que más da, iba solamente a trabajar, a tomar fotografías y recibir el dinero de mi paga. Con suerte vería una que otra promotora.

El primer día nos trasladamos de Concepción a Coronel a las 8 de la mañana. No hacía mucho frío, lo que hizo menos tortuoso el levantarse temprano. Una vez en el lugar de la conferencia comencé con mi trabajo. Me movía de un lado a otro fotografiando a los asistentes. Había de todas las edades, muchos jóvenes que parecían estudiantes y otros no tan jóvenes. Todos se repartieron por el jardín techado que estaba dispuesto para el encuentro con mesas y sillas, un par de estufas, unos paneles a los que acudía la gente con pósteres gigantes, donde al parecer pusieron fotos y texto de su trabajo. Pero lo mejor de todo: el rincón del café, que llenaba el espacio con ese aroma tan reconfortante.

Luego que la gente colocó sus pósteres en los paneles, nos dirigimos todos al auditorio donde se llevarían a cabo las dos primeras conferencias. Un escenario con un podio y un telón para proyectar las diapositivas, lo usual... y por suerte no tan oscuro. El primer tipo era argentino, un biólogo según dijeron. No subió al podio ni por si acaso, hablaba moviéndose de un lado para otro y me hizo la tarea un poco más difícil tratando de seguirlo y fotografiarlo antes que se diera la vuelta. Parecía simpático y provocó bastantes risas. Luego le siguió un español, también biólogo, que sí habló desde el podio. Y ahí estaba el problema otra vez: brillante y oscuro. En fin, tomé fotografías al comienzo, algunas a los expositores y otras al público y me senté. Mientras revisaba las fotografías me puse a escuchar lo que decían. Definitivamente no era lo que me había imaginado. Ambos eran biólogos, científicos y al parecer famosos por lo que escuché de una mujer sentada a mi lado, pero no dijeron nada de esas cosas incomprensibles y aburridas del colegio. Hablaron de televisión, libros, música, del carnaval de Río, de científicos y periodistas. Al parecer, esto no era como una clase del colegio.

Izquierda: Dr. Diego Golombek. Derecha: Dr. David Bueno

Durante la tarde la gente se repartió en varios salones, cada uno con una temática diferente. Paseé por todos ellos fotografiando a los expositores y los asistentes, pero no pude evitar detenerme en uno en particular. Era un gran salón lleno de mesas para niños donde estaban sentadas las personas que asistían al taller, recortando papeles de colores. “¿Qué estarán haciendo?”, me pregunté mientras pensaba en lo divertidos que se veían todos alrededor de las mesas de colores concentrados con sus tijeras, cartulinas y palitos de helado. De pie, un hombre de bigote canoso y acento gringo daba instrucciones.
–Gírenlo –decía–, háganlo girar mientras lo miran fijamente. No pestañeen y luego miren su mano. ¿Qué ven?
Taller de Modesto Tamez
Todos estaban de pie mirando muy concentrados unos discos con una espiral dibujada que giraban sobre la mesa. Unos segundos después se empezaron a escuchar expresiones de asombro y risas. “¡Se mueven! ¡Las líneas de la mano se mueven!” decía una mujer junto a mí con una expresión entre asombro y risa. Me dio mucha curiosidad ver que pasaba, pero no podía quedarme, tenía que seguir trabajando. “Lo haré en casa con mi hijo cuando regrese”, pensé.

Al día siguiente la cosa partió temprano otra vez, de vuelta al auditorio con el escenario y el podio. Esta vez había sillas puestas en semicírculo sobre la tarima y a uno de los costados una mesa con varias cosas, entre ellas un instrumento raro formado por un soporte en forma de cruz y dos frascos de vidrio de base redonda, uno pequeño y otro más grande, colgados en los extremos del fierro horizontal. Eso sí se veía científico, quizás harían algún tipo de demostración. Luego del presentador, se puso de pie un hombre de pantalón de tela y vestón que fue presentado como el Decano de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad de Concepción. ¡Una autoridad! así que me dispuse a tomar las fotografías, éstas debían quedar muy bien. Hablaba y se movía de manera relajada, por lo que fue fácil tomar las primeras fotos. Definitivamente terminaría rápido con éste y podría ir por un café. Revisaba las fotos satisfecho con el resultado cuando algo que dijo me llamó la atención. Comenzó a hablar de su esposa, su hijo y la discusión que tenían acerca de abrigar o desabrigar al niño…plop, ¡de qué está hablando este tipo! Luego mostró en el telón un círculo dibujado y una fórmula incomprensible.

Dr. Adelio Matamala
–De acuerdo a esta fórmula –dijo–, una esfera pequeña disipa calor más rápido que una grande. Y si hacemos una aproximación, podríamos imaginar que este es mi hijo.
En ese momento tomó dos pelotas de plumavit unidas, una más pequeña que la otra, como si fueran un muñeco de nieve. Yo corrí frente a él para seguir sacando fotos. El café tendría que esperar, esto se ponía cada vez más raro. De pronto dijo “¿Está mi mujer en el público? parece que no, menos mal. Entonces podemos hacer esta otra aproximación”, y de golpe separa la pelota de plumavit que hacía las veces de cabeza de la otra esfera. Todos explotamos en risa, la que se incrementó cuando sacó de detrás de la mesa un muñeco en una especie de cuna cubierto de mantas y con un gorro de lana. Me abalancé a fotografiar la extraña escena, aunque debo confesar que varias de las fotos salieron movidas con tanta risa. Luego que las carcajadas se detuvieron, dijo que harían un experimento para demostrar lo que había dicho, tomó una bata blanca de la silla y se la puso. De pronto sacó un celular de su bolsillo, pidió disculpas y contestó. Supuestamente hablaba con alguien que le decía que su proyecto había sido aprobado y que le enviarían de inmediato un instrumento de nombre largo y complejo, nada que tuviera sentido para mí.

–Disculpen –dijo al colgar–, estas cosas no pueden esperar…¡oh, pero qué rápido!, ya llegó –y saca de debajo del escritorio un hervidor de agua. Otra explosión de risa de la gente. A algunos a esta altura ya se les saltaban las lágrimas. Puso a hervir el agua y llenó los frascos redondos, poniendo dentro de cada uno una especie de cable que podía medir la temperatura. Tomó su celular otra vez.
–¿Aló? ¿Sí? Ah, ¿incluye plata para un tesista? excelente, muchas gracias. Que venga la tesista por favor –y se para una chica del público que sube al escenario y a una seña del tipo dice la temperatura que tiene el agua dentro de cada frasco, mientras la gente seguía riendo sin parar.
–89,7 grados Celsius el grande, 85 grados el chico.
–¿Ven? ya se nota la diferencia de temperatura –dice el químico.
Finalmente la charla parece llegar a su fin. El decano dice unas últimas palabras y antes de terminar, vuelve a leer la temperatura: “89,5 grados el grande, 81 grados el pequeño” y baja del escenario entre aplausos. El moderador de las charlas comienza a apurar al siguiente conferencista. Miré mi reloj y me sorprendí ¿Habló durante una hora? no me di ni cuenta lo rápido que pasó el tiempo, se me olvidó hasta el café.

Pasó la mañana y terminó el encuentro a medio día. Los asistentes irían a visitar el Parque Alessandri y el Chiflón del Diablo, pero mi trabajo terminaba aquí. Tomé el bus que se dirigía a Concepción y regresé a mi casa. “¿Cómo te fue?” me preguntó la Carla cuando llegué. “Bieeen” le dije y le conté del gringo loco y del decano mientras almorzábamos con el Daniel. Cuando terminamos miré a mi hijo y me acordé de lo que me entregaron antes de irme. Saqué de mi mochila una pequeña bolsa que en su interior tenía un pequeño auto de juguete y un disco de plástico con una punta en el centro y un espiral dibujado.
–Mira Dani lo que te traje.
–¡Oh, un autito! ¿y eso otro para que es papá?
–¡Ah! mira, hazlo girar y míralo fijamente, sin pestañear. Cuando yo te diga, mira el autito.
El Dani jugó con el disco todo el resto del día.




* El concepto "Ciencia de contrabando" que da nombre a esta entrada pertenece al Dr. Diego Golombek.



Javiera Castro Faúndez
Dra(c) en Ciencias Biomédicas
Laboratorio de Sueño y Cronobiología
Universidad de Chile


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