viernes, 13 de julio de 2012

Hágase la luz: Primera parte



Una de las muchas cosas que me encanta de la ciencia es la sorpresa que surge de un resultado inesperado. Esa sensación que aparece cuando una respuesta es anti-intuitiva, no tiene precio. Me refiero al momento en que uno mira sus resultados (o los de otro) y se da cuenta que no tiene idea qué diablos pasó. Es genial, ¡lo juro! ¿Por qué algo así puede resultar atractivo? ¿Acaso me gusta equivocarme? Oh, no. Nunca tan masoquista. En realidad, tiene que ver con percatarse que el mundo es más sorprendente de lo que uno espera, con sentir que queda mucho por aprender. Hace más de 400 años, un tal William Shakespeare, lo dijo fuerte y claro: “Ello es, Horacio, que en el cielo y en la tierra hay más de lo que puede soñar tu filosofía." 


Existen muy buenas historias que nos permiten ejemplificar esta sensación. Desde que la Tierra gira alrededor del Sol, hasta que el tiempo es relativo. Todas ellas nos muestran que a veces nuestras intuiciones, nuestras primeras impresiones, pueden estar equivocadas. De hecho, no solo nuestras primeras impresiones. El saber algo sobre el mundo no necesariamente cambia la forma en que lo percibimos. El caso de la Tierra y el Sol es un buen ejemplo. Todos sabemos que la Tierra es la que gira alrededor del Sol y, sin embargo, lo que percibimos a diario es al Sol dando vueltas alrededor nuestro.

Lamentablemente, hay un pequeño problema con los ejemplos anteriores. Son difíciles de poner a prueba, al menos de forma cotidiana. No todos tenemos a mano relojes atómicos, ni podemos orbitar la Tierra o quedarnos una noche entera en la intemperie para observar el movimiento estelar. Al menos a mí, no se me ocurre una forma de realizar un experimento que en menos de 5 minutos, pueda mostrarles en la práctica estas situaciones.


Ahí está el dilema. Cuando les cuento esto, tienen que creerme (O a un libro, sus profesores o Wikipedia). Tienen que creerme que al descubrir paradojas como estas, pasa lo que digo que pasa. La verdad es que eso no sirve de mucho. No basta solo con contarles como se siente algo así. El punto es sentirlo en persona. No es lo mismo ver una película, a que te la cuenten. No es lo mismo enamorarse, a leer una novela romántica.

Así que, ¿Qué tal si hacemos un experimento nosotros mismos? ¿Por qué no intentamos ver qué es lo que sucede cuando nuestras expectativas chocan contra la realidad?


La idea es que sea rápido, simple y efectivo. Que puedan realizarlo en sus casas, con materiales cotidianos y, también, que al final del experimento (tomará menos de cinco minutos) sientan que su vida ha sido una mentira.

Entonces, ¡basta de preámbulos y manos a la obra!

Primero, debemos fijar un modelo de estudio. No teman. Seguro que es accesible para todos y que podrán trabajar con él. ¿Por qué? Bueno, porque ustedes mismos serán los objetos de investigación.

Luego necesitamos una expectativa. Una percepción del mundo, una certeza con la que hayan vivido hasta hoy.

Utilizaremos una que nos es muy familiar a nosotros los primates: la visión en colores. Finalmente pondremos a prueba esta expectativa y veremos cuánto nos conocemos a nosotros mismos.

Asumo (y espero estar en lo cierto) que todos ustedes pueden ver en colores. De hecho, somos bastante buenos discriminándolos. Dentro de los mamíferos, la discriminación de colores de los primates es privilegiada (pero, por favor, no se les ocurra ponerse a competir contra algunas aves).

Nuestra vida es a colores. Nos guiamos con ellos (semáforo en verde avanza, en rojo para). Nos identificamos con uno (¿cuál es tu color favorito?). Nos delatan socialmente (me ruboricé de vergüenza o palidecí de miedo). Gastamos una fortuna por tenerlos (el full HD no es barato, ¿cierto?) y hasta los usamos para identificar tendencia políticas.

En efecto, son parte importante de nuestra cotidianidad. Creo que todos podemos sentirnos, en mayor o menor medida, expertos en ver a colores (aunque algunos de nosotros aún no sabemos qué es eso del “tornasol”)


Entonces, estoy seguro de que la siguiente pregunta resultará trivial para todos ustedes (quizás hasta sonará estúpida). Sin embargo, síganme la corriente y respondan mentalmente: ¿Pueden discriminar colores en todo su campo visual? En otras palabras, ¿todo su ojo puede ver colores?

Apostaría a que todos respondieron “sí”. Es lógico, pues es de esta manera cómo experimentamos el mundo a través de nuestros ojos. Vemos “todo” a colores. Es lo que nos ha enseñado nuestra experiencia visual durante todas nuestras vidas.

Pues bien, ¡Pongamos a prueba esta certeza!

Para esto necesitarán:

- Cinco lápices de distintos colores (rojo, verde, amarillo, azul, café) (1).

- Un sujeto experimental (2).

- Un experimentador (3).

- Papel y lápiz (o tablet, computador, etc.) para anotar resultados

Una vez listos los materiales deberán hacer lo siguiente:

1.- Primero, el sujeto experimental deberá mantener la vista fija en un punto al frente suyo. Cualquier cosa sirve, un cuadro, una puerta, un árbol, etc.

2.- Luego, el experimentador deberá mostrarle al sujeto cada uno de los lápices de colores (uno a uno y al azar) justo en el centro de su campo visual (es decir, en la misma posición en que el sujeto está fijando su vista).

3.- El sujeto deberá identificar el color de cada lápiz mostrado. Anote sus resultados (correctos vs incorrectos).

4.- Una vez finalizada esta actividad, el experimentador deberá situarse a sus espaldas y, con uno de los lápices, tendrá que encontrar la periferia del campo visual del sujeto (el primer lugar en el espacio en que el sujeto pueda ver el lápiz que se mueve desde su espalda hacia el frente).

5.- En ese punto (puede ser la periferia derecha o izquierda), el experimentador volverá a mostrarle los cinco lápices al sujeto (de uno en uno y al azar).

6.- El sujeto deberá identificar el color de cada lápiz mostrado en su periferia visual (¡manteniendo la vista fija al frente!). Nuevamente anote sus resultados.

Eso es. Simple como un anillo. Muchos de los grandes experimentos lo son, pues al final de día lo interesante son los resultados.

¿Qué debería suceder si podemos discriminar colores en todo el campo visual? Pues, a decir verdad, nada interesante. Creo que a nadie le parece una tarea difícil distinguir entre un lápiz amarillo y uno rojo, ¿cierto? Si todo nuestro ojo puede hacerlo, los resultados de ambos casos tienen que ser iguales.

Si eso es lo que ocurre, las expectativas habrán sido coherentes con nuestra prueba y, lo único que habré conseguido es hacerles perder cinco minutos de su tiempo (lo siento, no hay devoluciones).

Pero, ¿qué tal si los resultados no son así? ¿Si sus ojos no pueden reconocer colores en todo el campo visual?

Bueno, si esto sucede, ¡espero que tengan las ganas de averiguar por qué pasa eso! Si es así, deberán leer la segunda parte de esta entrada.

Además, podrán decir que una parte de su vida ha sido una mentira. Podrán decir que cosas que dan por sentado, como lo que ven sus propios ojos, no deben ser dadas por sentado.

Lo que vale más, es que quizás comiencen a sentir que en el cielo y la tierra hay más de lo que puede soñar toda nuestra imaginación.



Sergio Vicencio Jiménez
Dr(c) en Ciencias Biomédicas
Laboratorio de Neurosistemas
Universidad de Chile



1. No es absolutamente necesario que sean lápices (pero es más fácil utilizarlos). Pueden ser papelitos u otro objeto pequeño a color. Tampoco deben ser exactamente los colores anteriormente mencionados. Lo importante es que sean distintos.
2. Ese es usted.
3. Idealmente debería ser un tercero, dispuesto a ayudarlo. Sin embargo, es posible realizar el experimento “en solitario” aunque será más difícil mantener la rigurosidad.

2 comentarios:

  1. de lujo vicencio...lo mejor que te he leido

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  2. Hice el experimento, y vi todos los lapices apenas como sombras o formas oscuras, sin embargo mientras los iba acercando a mi centro, de repente el color aparecía. Nunca se me había ocurrido que las cosas fueran así.

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