miércoles, 25 de julio de 2012

Historiar la Ciencia*


Muchos tienen la idea de que “hacer” historia o hablar de asuntos históricos es enfocarse sólo en esos importantes nombres y grandes hitos. En el caso de la historia de la ciencia estos vendrían a ser los “genios” y sus grandes “descubrimientos”. Confluirán aquí distintos nombres como Copérnico, Galileo, Newton, Einstein, Darwin... Sin duda fueron grandes hombres de ciencia, que propusieron osadas ideas, marcando de modo sustancial el desarrollo de la física, la química, la biología…

En el caso de nuestra historia de la ciencia local, destacarán los nombres de Domeyko, Gay, Philippi, Pissis, entre otros. La contribución de la mayoría de estos intelectuales de extranjeros apellidos, se concentrará en la producción nacional de conocimientos, instituciones y formación de expertos, principalmente. Profundamente ligados al naciente proyecto de estado nación, gran parte de sus aportaciones permitirán también construir una identidad nacional y poner al país en el tapete de la mirada científica extranjera.



Pero ese no es todo el cuento. La historia de la ciencia es mucho más y debe serlo. Ustedes me dirán que lo importante es importante y lo que no, no; que la historia se debe ocupar de estos asuntos realmente destacables. Podrían ponerme como ejemplo las clases de historia en el colegio y cómo todos hemos visto que ésta se puede resumir en unos “pocos libros”. Pero ojo, esa es la versión simplificada y reduccionista de la vida de nuestro país. La historia es más que un listado de presidentes, hitos, fechas y batallas varias. Es más que la anécdota.

Ver la historia de una forma más amplia e integrada, permite comprender como determinadas ideas influencian determinados procesos. Estudiar por ejemplo, los marcos de pensamiento de las disciplinas o las corrientes intelectuales de una época dada, permite comprender por qué la gente pensaba lo que pensaba en el pasado, por qué hacía lo que hacía, por qué tomaba tal o cual camino. Las ideas sobre el mundo, sobre lo que vemos y no vemos, sobre el ser humano y las cosas, han determinado corrientes literarias, políticas y también científicas.

Saber qué idea fue primero y qué idea la secundó, cuál determinó a cuál, es parte integral de nuestra humana necesidad de ordenar, clasificar, secuenciar y determinar verdades. Sin embargo, esto es lo más difícil y lo más débil es nuestro afán historiador. Esto, porque la historia es más preguntas que respuestas. Hacer la historia, estudiarla, escribirla y re-escribirla, es cuestionarla, es interrogarla una y otra vez, estando siempre abiertos a que, el día de mañana, la historia que hemos escrito podría ser cambiada y re-interpretada con nuevas miradas. Como ven, es más que una secuencia de fechas e hitos; y por esto mismo, presenta algunas complejidades.

Por ejemplo, en historia no se puede abarcar todo. Una muestra clara de ello es intentar recapitular el día vivido. Tomemos el caso de un diario de vida, que muchos han tenido o aún tienen. Por muy detallistas y meticulosos que seamos anotando todo en el diario, esto siempre será una versión resumida y simplificada de nuestra vida. Lo mismo pasa con la historia, al intentar abarcarlo todo, el resultado es superficial. Por eso hay que acotar.

Incluso, si pudiéramos recordar y anotar todo lo que hicimos, dijimos y pensamos el día anterior, eso ya no sería el día anterior, sino la memoria de éste. Memoria que está permeada por las ideas y la forma de mirar que tenemos en el hoy. Luego, si ya mirar nuestro propio ayer resulta difícil pues hemos mudado de ideas y aprendido nuevas cosas, es indudable que mirar con los ojos de nuestra cultura actual algo de otra cultura actual o de una cultura pasada, no podría ser objetivo. Será siempre una interpretación, una re-lectura.

Una interpretación ética requiere no sólo de poseer la información necesaria que permita completar la película, sino que también necesita altos niveles de análisis para poder encontrar las relaciones más pertinentes entre las diferentes fuentes, las cuales no siempre son tan visibles.

Al mismo tiempo, el buen análisis requiere de no “enamorarse” ciegamente de nuestro tema, algo difícil si nos gusta la ciencia. Sin embargo, el problema de dejarse encandilar por la ciencia que se está historiando, es que podemos perder de vista cómo ésta, en tanto proceso social, ha formado parte de “curas”, pero también de epidemias; ha contribuido a la paz, pero también a la guerra. No olvidemos nunca que la ciencia la hacen los hombres y mujeres. Cuando estamos deslumbrados por algo, podemos también terminar haciendo relaciones que no tienen justa cabida. Por ejemplo el caso de las “persecuciones a la ciencia”: no es lo mismo la persecución de científicos o intelectuales por sus teorías científicas, que aquellos que siendo científicos los han perseguidos por su religión, sexo o inclinación sexual. Por esto, siempre es mejor acotar a un caso, ver como este caso se complementa con otros, se compara, se tensiona y caso a caso puede llegar a configurar un cuadro más grande.


Otro factor a considerar al hacer historia, es que contamos con pocos registros de lo que sucedió. El material impreso, principal fuente de la historia, es muy vulnerable a las condiciones ambientales y se pierde fácilmente. Y aunque también son fuentes valiosas las pinturas, dibujos, mapas, telas, vestuario, artefactos o instrumentos, entre otros, estas materialidades se pueden haber perdido en el tiempo: se han tirado a la basura, quemado, roto, dañado, oxidado, robado, mojado, vendido…

En el caso de “hacer” historia de la ciencia, por ejemplo, a veces quizás contamos con algunas pocas cartas científicas recibidas por una institución, pero no las que ésta envío. Contamos también con los decretos, algo de instrumental, algún libro de anotaciones de gastos de la misma institución y tal vez un informe o una memoria institucional que nos de más antecedentes. Ya con estas cinco fuentes primarias podemos partir haciéndonos muchísimas preguntas que permiten expandir nuestros horizontes. Las cartas recibidas nos dirán por ejemplo qué tipo de relaciones tenía la institución científica con otros expertos u otras instituciones. Podremos ver que hay años de mayor correspondencia y otros de menos. Esto nos llevará a preguntarnos si las cartas se perdieron o dejaron de almacenar por un periodo o hay otra razón por la cual el intercambio científico aumentaba o disminuía en determinado periodo, etc. El libro de gastos podrá decirnos cuándo, cuánto y cómo se le pagaba al personal, qué servicios requería y/o entregaba la institución científica, quizás el nombre de las personas relacionadas. La memoria o los informes nos podrán decir mucho más de sus directivos y miembros destacados, además de las áreas prioritarias de desarrollo e hitos de la misma institución. El instrumental nos permitirá trazar otros flujos de acción científica. Sí, hacer ciencia también implica comprar y utilizar equipamiento tecnológico, y el comprar tal o cual instrumento es también una decisión importante. A veces será su efectividad, comodidad o exactitud, pero otras veces (y muchas) esta adquisición depende de las redes científicas, políticas o militares que tengan los grupos o países interesados. Los decretos nos aportarán esa información legal, esas fechas exactas de creación, modificaciones reglamentarias, etc.

Como vemos, hacer historia de la ciencia no es llegar, tomar cuatro libros de historia, un par de artículos y escribirse algunas páginas con lo más destacado de forma cronológica. Aunque no lo crean, a veces también ocupamos guantes y mascarillas; y es que el proceso es largo y escabroso. Las tentaciones son muchas y las fuentes, escasas; pero lo fascinante es que cada una nos significa un desafío y diversas pistas, con las cuales se van ampliando nuestras preguntas y aumentando las caras de nuestro poliedro... Y entre más al fondo del asunto vamos, más preguntas surgirán, más salimos del mito fundacional de la institución científica, más nos alejamos del inexistente momento “Eureka” del científico estrella, más desmitificamos nuestro objeto…

¿Es que no nos gusta la ciencia, acaso? ¡Por el contrario! entre más la interrogamos y más la cuestionamos, más conocimiento integral producimos sobre la ciencia en su dimensión histórica, social y cultural; más la entendemos, más la humanizamos ¡más justicia le hacemos!

Pero ojo, independiente de cuán al fondo del asunto vayamos, debemos ser concientes de que hay preguntas que se quedarán en el tintero, que acogerán otros investigadores o heredarán las futuras generaciones. Lo más importante, es que aquéllas que nos motivaron durante el camino sean analizadas a la luz de las fuentes, con los ojos bien abiertos, la mirada muy atenta; habiendo realizado el análisis lo más exhaustivo posible y estableciendo las relaciones más pertinentes, siempre con la honestidad, autocrítica y humildad que toda disciplina requiere para su sano desarrollo.

Con esta plena conciencia de que la interpretación que le damos al pasado es un relato más que se suma a otros relatos, es decir, con total noción de los límites propios de la disciplina, es que se estará aportando con un grano de arena, a comprender que la historia de la ciencia no es sólo de los científicos y sus alucinantes “descubrimientos”; si no que la ciencia está plagada de aspectos sociales, como la política, la educación, la economía, la religión, la filosofía, el lenguaje, el arte, entre muchos otros.

¿No es acaso parte de historiar la ciencia el cómo la química se enseñaba en el colegio? o ¿cómo las ideas evolucionistas eran integradas en el currículo escolar? ¿Es menos historia de la ciencia ver cómo la observación dental irrumpe en la medicina forense o la inserción de la mujer en la carrera académica-científica formal? ¿Es o no es parte de la historia de la ciencia la traducción local de libros científicos extranjeros? ¿Estaremos historiando también la ciencia si estudiamos por ejemplo la comunicación pública de la sismología?

Con estas preguntas podemos vislumbrar que a diferencia de lo que muchos suponen, la historia de la ciencia no es la historia de los científicos. Aquí ya no hay sólo un Galileo, un Darwin, un Gay o un Phillippi. Si entramos a preguntarnos este tipo de cosas, veremos que ya la Wikipedia no nos sirve mucho, que no hay tantos libros sobre el tópico y que las fuentes más que buscarlas, hay que cazarlas. Ésta es la historia de la ciencia que no está tan escrita. Aquí habitan los relatos en los cuales podemos encontrar algunos científicos, pero donde también vamos a encontrar a muchos profesores, alumnos, economistas, militares, técnicos, “expertos”, “profanos” y hasta periodistas… hombres y mujeres que desde sus diversos lugares, por más alejados que se consideraron del área científica, formaron de una o de otra forma parte de sus procesos y de sus historias. Como yo, que investigo y comunico la ciencia, como usted que está leyendo sobre ésta.



Lorena B. Valderrama
Doctoranda en Historia de la Ciencia y Comunicación Científica
Universidad de Valencia
España


* Parte de estas reflexiones han nacido de las largas conversaciones con mi amiga becaria alemana Carolin, con quien siento que compartimos esta perspectiva sociocultural en la historia de la ciencia.


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