Usualmente, en lo primero que pensamos cuando
nos hablan de un nombre científico, es en alguna palabra extraña y complicada de
decir, cosas que solamente los científicos saben. Lo cierto es que muchas veces
ni nosotros, los mismos científicos, entendemos aquellos nombres y sí, también
nos cuesta leerlos y pronunciarlos al principio o cada vez que nos enfrentamos
a alguno que no conocíamos y no es muy amigable a nuestro vocabulario.
Los nombres científicos en general provienen
del latín, el cual se ha escogido por ser una lengua muerta, la cual es neutral
y no está sujeta a cambios o ir evolucionando, ya que actualmente no se usa; de
ahí vienen toda esta clase de nombres extraños que muchas veces provocan
curiosidad, pero su verdadera razón es la anteriormente expuesta, y no es que
se deba a un elitismo o exagerada habilidad lingüística de los científicos. Estos
nombres se componen de dos partes: un nombre genérico o del género (que es
equivalente a nuestro apellido, es decir muchos parientes tienen el mismo
nombre genérico, como es el caso de Homo, pero tienen un distinto nombre específico, como el Homo sapiens, Homo erectus, Homo floriensis,
etc.),
que siempre va primero y se escribe con letra inicial mayúscula; y luego el nombre específico, el cual es único para cada especie y le diferencia de
todas las otras en el mismo género (este, a diferencia del género, se escribe
completamente en minúscula). Ambos nombres deben escribirse siempre en cursiva.
Existen casos especiales en donde podemos encontrarnos con 3 o 4 nombres, lo
que es un poco confuso, pero la explicación a esto es que a veces existen
subgéneros (que se ponen entre paréntesis) y subespecies (que va como un
segundo nombre específico). Usualmente
el nombre va acompañado del autor (en el caso de las plantas, ej. la
frambuesa Rubus idaeus Linnaeus), y del autor y año de la descripción en
animales (ej, el gorrión Passer domesticus Linnaeus, 1758).
Generalmente los nombres hacen referencia a alguna
característica de las especies o géneros. Por ejemplo, Ditomotarsus (Signoret, 1864) es el nombre de un género de chinches,
puesto por que su tarso se dividía en dos partes (Di= dos, tomo = parte,
tarsus= tarso). Muchas especies de insectos y crustáceos llevan como nombre
específico longicornis, en relación a
sus largas antenas (longi= largo, cornis= cuerno o antena). De este modo
tenemos una serie de nombres en latín que hacen referencia a este tipo de
cosas. Por otro lado, a veces se ponen nombres por el lugar donde la especie fue
colectada. Podemos decir para este caso que hay muchas especies en Chile que
llevan por nombre específico “chilensis”,
como por ejemplo, nuestro popular chorito Mytilus
chilensis (Hupé, 1854). A veces también se le dedican especies a personas,
esto se hace latinizando su nombre o apellido, agregando un “ae” si se trata de
una dama o una “i” si se trata de un varón. Como ejemplo, muchas especies se
han dedicado al famoso naturalista Charles Darwin, llevando por nombre “darwini”; en Chile tenemos una conocida
especie dedicada al británico, la ranita
de Darwin Rhinoderma darwinii
(Duméril & Bibrón, 1841). A medida que la ciencia ha ido avanzando y la
cantidad de especies descubiertas se ha ido incrementando, la necesidad de
bautizarlas ha ido agotando los recursos y no es un tema sencillo ya que para
los taxónomos, quienes nos dedicamos a estudiar y describir estas nuevas
especies, a veces esto se torna en un problema, ya que por regla, dos especies en
el mismo género no pueden tener el mismo nombre, y dos géneros de un mismo
reino no pueden llevar el mismo nombre (algo llamado homonimia). Por lo tanto,
debemos buscar la forma de no repetir nombres o combinaciones y cuando las
ideas se agotan, hay que optar por otros recursos.